Conforme se acercaba el último día el ritmo de las
clases se iba haciendo cada vez más intenso. Apenas nos quedaba
tiempo para quedar pues teníamos que estudiar duro para ganar el torneo de grupos. Tras superar con éxito pruebas como la competición
en la máquina de baile o la carrera por el metro de Londres,
nuestros resultados académicos serían determinantes para alzarnos
con la victoria. Al final habíamos conseguido posicionarnos bastante
bien en la puntuación general, y aunque en algunos momentos habíamos
logrado estar a la cabeza de la clasificación, la recta final se
presentaba muy reñida para los cuatro grupos. Cualquiera podía
ganar. La tensión se podía palapar en el ambiente. Y llegó el día. Al final nos quedamos los segundos. A
pesar de todo los ganadores eran de nuestra pandilla de amigos y nos
alegramos por ellos además habíamos logrado romper todos los
prejuicios que nos habían apartado de los grupos más populares que,
por cierto, quedaron en tercera y cuarta posición.
Y llegó la cena de despedida. Nos arreglamos para la
ocasión y fuimos a cenar a un bar con terraza aprovechando el buen
tiempo. Ya teníamos las maletas hechas pues saldríamos del pueblo
temprano y la noche prometía ser larga. Una vez que terminamos de
cenar fuimos a un local en donde pincharían música y pasaríamos el
resto de la velada. Pese a que no solía consumir alcohol esa noche
tocaba desinhibirse y decidí beber. Muchos de mis compañeros, tanto
del viaje como del colegio en Murcia ya hacían botelleos lo cierto
es que yo había realizado poco ese tipo de prácticas hasta la
fecha, reservándolas para ocasiones especiales. Y esa ocasión lo
merecía. Nos intercambiamos los regalos del amigo invisible,
compartimos buenos momentos y cuando el sol ya asomaba regresamos a
casa para poder así aprovechar las pocas horas que nos quedaban en
Leigh-on-Sea para dormir antes del viaje de vuelta.
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